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FanFics / El Señor de los Anillos
« en: 17 de Enero de 2007, 11:36:57 pm »
Hace muuuchos muchos años, cuando los enanos aún vivían, y los elfos saltaban de árbol en árbol contemplando los nuevos amaneceres, una fuerte oscuridad invadió el mundo en el que todos convivían, y Paris Hilton, la gran elfa sagrada, se aseguró el mando en todo el reino.
Para poder combatirla, unos elfos, conocidos como Los Rebeldes, habían pasado años y años escondidos tras frondosos bosques, ocultos del poder de aquella elfa tan malvada. Su objetivo era destronarla y conseguir un futuro mejor para todos. Y no estaban solos. Avril Lavigne era la jefa de Los Rebeldes, aunque fuese humana. Y todos tenían planes para ella: si todo salía bien, se convertiría en la reina del Nuevo Mundo. Pero parecía que, en los últimos años, todo había sido en vano: Paris Hilton había pedido refuerzos a su vecina y hermana, Nicky Hilton, para combatir a su vez las fuerzas de Los Rebeldes... y éstos se habían disuelto, desperdigados por cada punto del mapa. Parecía que toda esperanza se había perdido.
La noche era fría y oscura. Nadie se daba cuenta de que, en el pueblo forjador de espadas, llamado Napanee, una sombra vagueaba por las calles sin rumbo alguno. Los cielos tronaban con violencia, tapando el maullido de un gato negro que bebía agua de un charco. La sombra avanzaba, hasta quedarse de pie delante de una choza mugrienta de donde salían arañas del tamaño de un puño. Se inclinó hacia delante y se asomó por una pequeña ventana que había en la puerta.
- Soy yo - dijo una voz femenina, mientras un mechón de pelo rubio se dejaba ver tras la capa - Ábreme. He vuelto.
La puerta se abrió lentamente, y un chico bastante guapo y joven dejó su rostro al descubierto, a la luz de la luna. Era un rostro inexpresivo, que cambió completamente cuando vio a aquella mujer bajo la capa.
- Oh... - exclamó, llenándosele los ojos de lágrimas, y se tiró sobre ella, dándola un cálido abrazo - Entra, por el amor de Dios, que hoy hace mucho frío.
La chica entró, sin quitarse la capa. Al hombre aquello no pareció importarle.
El interior de la choza era todo lo que uno podía esperar al verla desde fuera: pequeña, vieja, con humedad hasta los topes y muy mal cuidada.
La sombra se sentó sobre un sillón al que le faltaba medio respaldo - Veo que tratas muy bien tus cosas, Monolipo - dijo, con voz risueña.
- Oh, ¿qué te esperas? Aquí Paris nunca me buscará. Aún quieren nuestras cabezas.
- Quiero encontrar al resto - dijo la sombra. La capa marrón tapaba aquel cuerpo de pies a cabeza, y lo único que se veía era un diminuto mechón de pelo rubio y unas manos blancas como la nieve.
Al ver que su compañera no añadía nada más, Monolipo dejó escapar un grito de asombro - ¿Qué quieres hacer? ¿Reunirnos a todos? Los Rebeldes se acabaron hace mucho, y lo sabes. No, no, no, tendremos que aguantarnos y permanecer ocultos. ¿A caso quieres que volvamos a intentar nombrarte reina y sacrificarnos por ti? Hazlo tú solita.
La capucha, que ocultaba el rostro, se movió negativa y lentamente - No es por mí, es por todos nosotros. No pido beneficios sólo para mí. Destronemos a Paris, antaño la odiabas, ¿qué ha pasado con tu odio, caballero? ¿Ya no lo sientes, pues?
Monolipo, aturdido, negó con la cabeza. Se recostó en su asiento (un cojín apestoso), y suspiró, intranquilo - La odio tanto como siempre, pero, ¿para qué volver, qué va a ser diferente esta vez? Sabes que todos te apoyaríamos, pero acabaremos perdiendo. Esa rica pija tiene muchos recursos, sin necesidad si quiera de tener que hacerlo ella.
La túnica se movió ligeramente - Esta vez tengo algo. Un buen utensilio. Se trata de un anillo.
- ¿Un anillo?
- Un anillo mágico.
- Así que algo tramabas - el chico sonrió - ¿Y de qué se trata, pues?
- Es un anillo que ha de colocarse en la Urna de los Deseos.
Monolipo comenzó a hablar en bajo, aún así, la chica guardó silencio. Moviendo las manos inquietamente, Monolipo chasqueó la lengua con fastidio - Urna de los Deseos, sí... la tiene Paris Hilton en las mazmorras de su castillo - rió, con ironía.
La chica extendió un brazo desnudo y pálido. Sobre su mano extendida había un anillo dorado y grande, justo para la talla de un buen trol. Monolipo, inconscientemente, se quedó mirando el anillo, atontado. La joven le sacó de sus sueños pegándole un pequeño tortazo en la cara con la misma mano.
- No sueñes con él, no le tendrás - guardó de nuevo la mano tras la capa, y el anillo desapareció de la vista de ambos - Colarse en las mazmorras no es difícil, y, en cuanto echemos el anillo en la Urna, Paris y Nicky se desintegrarán.
- ¡Ja! - Monolipo estaba tocándose la mejilla, el tortazo había sido bastante duro - ¿Cómo explicas eso de "se desintegrarán"?
- Son elfas sagradas, recuérdalo. Y recuerda que cierta vez leímos en un pergamino la solución para acabar con las dos hermanas, ¿es que no te acuerdas? Ellas dos son casi perfectas, son una creación humana, pero casi perfectas. Y algo que es casi perfecto... también tiene su punto débil. Pues bien; leímos que ellas conservan la Urna por miedo a que alguien se atreva a depositar el anillo en ella.
- Eeeey, un momento... Paris podría desintegrar a su hermana, ya que es ella quien tiene la Urna, no Nicky... no sé si me entien...
- Nicky confía plenamente en Paris. Y aunque ella quisiera destruir a su hermana, no podría, necesita el anillo. He aquí nuestra suerte, Monolipo: ellas no saben que lo tenemos, ni siquiera dónde estamos. Sólo tenemos que ir a las mazmorras del Castillo Parisino y...
- Bueno, pues cuenta conmigo... Avril Lavigne.
Aquella misma noche, Avril volvía a caminar bajo su capa, esta vez acompañada de otra sombra más: Monolipo. Los dos pasaron inadvertidos a través del silencioso Napanee, y llegaron delante de unos cuantos árboles realmente altos, justo delante de un gran castillo rosa con tres altas torres. Las almenas estaban vigiladas.
- Vamos allí - susurró Avril, señalando la esquina de un muro.
Los dos entraron sin problemas, apartando unos cuantos bloques de cemento y colándose en el recinto, agachados. A su encuentro solamente acudió un caniche blanco, con las uñas de un color morado fosforito y un abriguito de piel.
- Pobre perro - dijo Avril, con cara de pena.
Monolipo lo miraba con asco. El perro empezó a ladrar, y los dos amigos se miraron, asustados. Aquella poca cosa podría delatarles, al fin y al cabo. Sin pensárselo dos veces, el muchacho le propinó una fuerte patada. El caniche salió volando y se estampó contra la muralla. Se lamentaba, en bajo, muy dolorido por la fuerte patada recibida.
- Oh, vaya. Pobre. Sí.
Sin pena alguna, Avril continuó andando, seguida de Monolipo, que miraba conmocionado el agua siniestra que rodeaba el castillo. Tragó saliva, y algo tiró de él hacia abajo para esconderlo tras unos arbustos. Los dos amigos se quedaron mirando el camino, por donde venía una nueva figura. Cuando la vieron, a la luz de la luna, tuvieron ganas de vomitar.
Era Paris Hilton. Llevaba puesta una minifalda que "enseñaba" más puesta que quitada, una camiseta con un escote que merecía la pena ponerse y las uñas pintadas de un color anaranjado. Moviendo su melena como una estrella de Hollywood, gritó el nombre de su perrito, pero con cuidado, para no dañarse la garganta.
- ¿Dónde está mi canichito preferidooo? - No hubo respuesta. Comenzó a caminar de nuevo, perdiéndose entre la oscuridad, mientras parecía que las caderas se le iban a romper de un instante a otro - Maldito perro, ¿dónde se ha metido esta vez?...
- Vamos, rápido.
Con sumo cuidado, los dos avanzaron entre la maleza hasta llegar a la entrada de las mazmorras. Contento, Monolipo sonrió a Avril y abrió la puerta.
Las mazmorras parecían la mismísima sala del trono. Estaban completamente limpias, y los barrotes, que guardaban tras de sí a unos chicos guapos y musculosos, estaban adornados con estrellitas y corazones rosas.
Finalmente, los ojos azules de Avril se clavaron en la Urna que había al final de la sala. Lo tenía. Los Rebeldes ganarían. Todos se librarían de aquella malvada degenerada... en un plis plas.
- ¡Alto ahí!
Los dos se giraron, para contemplar a una veintena de soldados rodeándoles y cerrándoles el paso, mirando a Paris como si fuera un preciado monumento. La chica, con cara de salida babosa, se acercó a Avril y la miró, como si estuviera observando basura.
- No has cambiao na, chica - dijo - ¿A qué vienes? ¿De nuevo intentas destrondarme?
- Destronarme, mi señora, será destronarme... - corrigió un soldado.
- Ah... sí, mi cariñín, destronarme - Paris movió un dedo hacia la cara del chico, mirándolo con aquella cara que tan suya era. El tipo cayó arrodillado a sus pies, maravillado - Pero esas palabras no me importan, ¿sabes? ¿A qué has venido, Avril? Me quitaste a mi marido, ¿ya no puedes dejarme tranquila?
- Tengo algo que acabará con tu vida - dijo ella, mirándola fijamente. Paris rió, imitando los movimientos de una actriz de Hollywood, nuevamente. Y todos los soldados atacaron.
Avril asestó una fuerte patada al que tuvo más próximo, y desenvainó su bien afilada espada. Comenzó a repartir tajos como rosquillas, a diestro y siniestro, hasta que observó cómo Paris no paraba de pegar grititos de quejas porque estaban levantando mucho polvo.
Monolipo tampoco lo hacía nada mal. No tenía ni idea de luchar, nunca se le había dado demasiado bien, pero aquellos soldados no eran, lo que se dice... muy espavilados, así que se superó a sí mismo.
De repente, alguien empujó a Avril y la hizo caer al suelo. Horrorizada, contempló cómo el brillante y dorado anillo caía de su bolsillo y rodaba entre los pies de todos los soldados aún vivos, como si tuviera vida propia, hasta la Urna. Miró a Paris. Paris la miró a ella. Y ésta abrió mucho los ojos.
- ¡Con que ése era tu plan! - Chilló la reina, y echó a correr hacia la Urna, intentando esquivar los charcos de sangre que había esparcidos por el suelo, y sorteando los cadáveres. Monolipo corrió detrás de ella, y Avril se deshizo del soldado que tenía sobre sí misma. Los tres, como un perro a por su hueso, se empujaban nerviosos, sin permitir que el otro cogiera el anillo. Al fin y al cabo, era mágico, y tenerlo por una vez entre tus manos era algo maravilloso.
Pero el plan no salió tan bien.
Justo unos pocos metros antes, el caniche de Paris salió ladrando por la puerta trasera de las mazmorras, repartiendo dentelladas al aire, como advirtiéndoles.
- Chiquitín, cógemele, bonito, bonito, dame el anillo, ¡vaamos!
Pero el perro hacía caso omiso de las palabras de su dueña y, con toda la tranquilidad del mundo, se tragó el anillo como si de un hueso se tratara.
Los tres estaban atónitos. No se lo creían.
- ¡¡Hay que destriparle!! - Gritó Avril, y se abalanzó contra el perro. Paris comenzó a chillar, histérica, y todos los presentes tuvieron que taparse las orejas.
- ¡¡Por favor, no!! El perro... el perro es Nicky. Es mi hermana.
Avril y Monolipo se miraron, atónitos. No se lo podían creer. Si Nicky fuese un perro, sería mucho más feo. De eso seguro.
- Estoy segura de que no se lo ha tragado. Tan sólo dejadme hablar con ella. Luego podréis sacrificarme si queréis, aunque soy muy bonita como para dejar que me maten, pero no quiero que le pase nada a mi hermana.
- Si te sacrificamos a ti, a ella también, entérate - le espetó Monolipo, perdiendo los estribos.
- No, tiene un conjuro. De mi hermana apenas le queda algo. Fui yo. Yo la hechicé.
- Nosotros no descansaremos hasta tener el control completo de este reino, hasta que dejes de reinar con tus absurdas órdenes. Así que te propongo una idea: o te vas de aquí con el perro, o echamos el anillo a la Urna. Tú eliges.
Paris refunfuñó - Nos marchamos. Vale. ¡Nicky, ven aquí!
Paris entregó a regañadientes el anillo a Monolipo, y salió de allí con el perro entre sus brazos. El perro, o su hermana, bueno. Avril y su amigo se cercioraron de que las dos se marchaban de Napanee, posiblemente para no volver.
Aquella noche, Avril y Monolipo descansaban sobre un sillón bien mullido en el salón, tranquilos.
- Los Rebeldes... - mumuró Avril, con orgullo.
- Avril...
- ¿Qué?
- ¿Y si vuelven a causarnos problemas?
- Recuerda el pergamino, Monolipo. Recuerda el pergamino.
Para poder combatirla, unos elfos, conocidos como Los Rebeldes, habían pasado años y años escondidos tras frondosos bosques, ocultos del poder de aquella elfa tan malvada. Su objetivo era destronarla y conseguir un futuro mejor para todos. Y no estaban solos. Avril Lavigne era la jefa de Los Rebeldes, aunque fuese humana. Y todos tenían planes para ella: si todo salía bien, se convertiría en la reina del Nuevo Mundo. Pero parecía que, en los últimos años, todo había sido en vano: Paris Hilton había pedido refuerzos a su vecina y hermana, Nicky Hilton, para combatir a su vez las fuerzas de Los Rebeldes... y éstos se habían disuelto, desperdigados por cada punto del mapa. Parecía que toda esperanza se había perdido.
La noche era fría y oscura. Nadie se daba cuenta de que, en el pueblo forjador de espadas, llamado Napanee, una sombra vagueaba por las calles sin rumbo alguno. Los cielos tronaban con violencia, tapando el maullido de un gato negro que bebía agua de un charco. La sombra avanzaba, hasta quedarse de pie delante de una choza mugrienta de donde salían arañas del tamaño de un puño. Se inclinó hacia delante y se asomó por una pequeña ventana que había en la puerta.
- Soy yo - dijo una voz femenina, mientras un mechón de pelo rubio se dejaba ver tras la capa - Ábreme. He vuelto.
La puerta se abrió lentamente, y un chico bastante guapo y joven dejó su rostro al descubierto, a la luz de la luna. Era un rostro inexpresivo, que cambió completamente cuando vio a aquella mujer bajo la capa.
- Oh... - exclamó, llenándosele los ojos de lágrimas, y se tiró sobre ella, dándola un cálido abrazo - Entra, por el amor de Dios, que hoy hace mucho frío.
La chica entró, sin quitarse la capa. Al hombre aquello no pareció importarle.
El interior de la choza era todo lo que uno podía esperar al verla desde fuera: pequeña, vieja, con humedad hasta los topes y muy mal cuidada.
La sombra se sentó sobre un sillón al que le faltaba medio respaldo - Veo que tratas muy bien tus cosas, Monolipo - dijo, con voz risueña.
- Oh, ¿qué te esperas? Aquí Paris nunca me buscará. Aún quieren nuestras cabezas.
- Quiero encontrar al resto - dijo la sombra. La capa marrón tapaba aquel cuerpo de pies a cabeza, y lo único que se veía era un diminuto mechón de pelo rubio y unas manos blancas como la nieve.
Al ver que su compañera no añadía nada más, Monolipo dejó escapar un grito de asombro - ¿Qué quieres hacer? ¿Reunirnos a todos? Los Rebeldes se acabaron hace mucho, y lo sabes. No, no, no, tendremos que aguantarnos y permanecer ocultos. ¿A caso quieres que volvamos a intentar nombrarte reina y sacrificarnos por ti? Hazlo tú solita.
La capucha, que ocultaba el rostro, se movió negativa y lentamente - No es por mí, es por todos nosotros. No pido beneficios sólo para mí. Destronemos a Paris, antaño la odiabas, ¿qué ha pasado con tu odio, caballero? ¿Ya no lo sientes, pues?
Monolipo, aturdido, negó con la cabeza. Se recostó en su asiento (un cojín apestoso), y suspiró, intranquilo - La odio tanto como siempre, pero, ¿para qué volver, qué va a ser diferente esta vez? Sabes que todos te apoyaríamos, pero acabaremos perdiendo. Esa rica pija tiene muchos recursos, sin necesidad si quiera de tener que hacerlo ella.
La túnica se movió ligeramente - Esta vez tengo algo. Un buen utensilio. Se trata de un anillo.
- ¿Un anillo?
- Un anillo mágico.
- Así que algo tramabas - el chico sonrió - ¿Y de qué se trata, pues?
- Es un anillo que ha de colocarse en la Urna de los Deseos.
Monolipo comenzó a hablar en bajo, aún así, la chica guardó silencio. Moviendo las manos inquietamente, Monolipo chasqueó la lengua con fastidio - Urna de los Deseos, sí... la tiene Paris Hilton en las mazmorras de su castillo - rió, con ironía.
La chica extendió un brazo desnudo y pálido. Sobre su mano extendida había un anillo dorado y grande, justo para la talla de un buen trol. Monolipo, inconscientemente, se quedó mirando el anillo, atontado. La joven le sacó de sus sueños pegándole un pequeño tortazo en la cara con la misma mano.
- No sueñes con él, no le tendrás - guardó de nuevo la mano tras la capa, y el anillo desapareció de la vista de ambos - Colarse en las mazmorras no es difícil, y, en cuanto echemos el anillo en la Urna, Paris y Nicky se desintegrarán.
- ¡Ja! - Monolipo estaba tocándose la mejilla, el tortazo había sido bastante duro - ¿Cómo explicas eso de "se desintegrarán"?
- Son elfas sagradas, recuérdalo. Y recuerda que cierta vez leímos en un pergamino la solución para acabar con las dos hermanas, ¿es que no te acuerdas? Ellas dos son casi perfectas, son una creación humana, pero casi perfectas. Y algo que es casi perfecto... también tiene su punto débil. Pues bien; leímos que ellas conservan la Urna por miedo a que alguien se atreva a depositar el anillo en ella.
- Eeeey, un momento... Paris podría desintegrar a su hermana, ya que es ella quien tiene la Urna, no Nicky... no sé si me entien...
- Nicky confía plenamente en Paris. Y aunque ella quisiera destruir a su hermana, no podría, necesita el anillo. He aquí nuestra suerte, Monolipo: ellas no saben que lo tenemos, ni siquiera dónde estamos. Sólo tenemos que ir a las mazmorras del Castillo Parisino y...
- Bueno, pues cuenta conmigo... Avril Lavigne.
Aquella misma noche, Avril volvía a caminar bajo su capa, esta vez acompañada de otra sombra más: Monolipo. Los dos pasaron inadvertidos a través del silencioso Napanee, y llegaron delante de unos cuantos árboles realmente altos, justo delante de un gran castillo rosa con tres altas torres. Las almenas estaban vigiladas.
- Vamos allí - susurró Avril, señalando la esquina de un muro.
Los dos entraron sin problemas, apartando unos cuantos bloques de cemento y colándose en el recinto, agachados. A su encuentro solamente acudió un caniche blanco, con las uñas de un color morado fosforito y un abriguito de piel.
- Pobre perro - dijo Avril, con cara de pena.
Monolipo lo miraba con asco. El perro empezó a ladrar, y los dos amigos se miraron, asustados. Aquella poca cosa podría delatarles, al fin y al cabo. Sin pensárselo dos veces, el muchacho le propinó una fuerte patada. El caniche salió volando y se estampó contra la muralla. Se lamentaba, en bajo, muy dolorido por la fuerte patada recibida.
- Oh, vaya. Pobre. Sí.
Sin pena alguna, Avril continuó andando, seguida de Monolipo, que miraba conmocionado el agua siniestra que rodeaba el castillo. Tragó saliva, y algo tiró de él hacia abajo para esconderlo tras unos arbustos. Los dos amigos se quedaron mirando el camino, por donde venía una nueva figura. Cuando la vieron, a la luz de la luna, tuvieron ganas de vomitar.
Era Paris Hilton. Llevaba puesta una minifalda que "enseñaba" más puesta que quitada, una camiseta con un escote que merecía la pena ponerse y las uñas pintadas de un color anaranjado. Moviendo su melena como una estrella de Hollywood, gritó el nombre de su perrito, pero con cuidado, para no dañarse la garganta.
- ¿Dónde está mi canichito preferidooo? - No hubo respuesta. Comenzó a caminar de nuevo, perdiéndose entre la oscuridad, mientras parecía que las caderas se le iban a romper de un instante a otro - Maldito perro, ¿dónde se ha metido esta vez?...
- Vamos, rápido.
Con sumo cuidado, los dos avanzaron entre la maleza hasta llegar a la entrada de las mazmorras. Contento, Monolipo sonrió a Avril y abrió la puerta.
Las mazmorras parecían la mismísima sala del trono. Estaban completamente limpias, y los barrotes, que guardaban tras de sí a unos chicos guapos y musculosos, estaban adornados con estrellitas y corazones rosas.
Finalmente, los ojos azules de Avril se clavaron en la Urna que había al final de la sala. Lo tenía. Los Rebeldes ganarían. Todos se librarían de aquella malvada degenerada... en un plis plas.
- ¡Alto ahí!
Los dos se giraron, para contemplar a una veintena de soldados rodeándoles y cerrándoles el paso, mirando a Paris como si fuera un preciado monumento. La chica, con cara de salida babosa, se acercó a Avril y la miró, como si estuviera observando basura.
- No has cambiao na, chica - dijo - ¿A qué vienes? ¿De nuevo intentas destrondarme?
- Destronarme, mi señora, será destronarme... - corrigió un soldado.
- Ah... sí, mi cariñín, destronarme - Paris movió un dedo hacia la cara del chico, mirándolo con aquella cara que tan suya era. El tipo cayó arrodillado a sus pies, maravillado - Pero esas palabras no me importan, ¿sabes? ¿A qué has venido, Avril? Me quitaste a mi marido, ¿ya no puedes dejarme tranquila?
- Tengo algo que acabará con tu vida - dijo ella, mirándola fijamente. Paris rió, imitando los movimientos de una actriz de Hollywood, nuevamente. Y todos los soldados atacaron.
Avril asestó una fuerte patada al que tuvo más próximo, y desenvainó su bien afilada espada. Comenzó a repartir tajos como rosquillas, a diestro y siniestro, hasta que observó cómo Paris no paraba de pegar grititos de quejas porque estaban levantando mucho polvo.
Monolipo tampoco lo hacía nada mal. No tenía ni idea de luchar, nunca se le había dado demasiado bien, pero aquellos soldados no eran, lo que se dice... muy espavilados, así que se superó a sí mismo.
De repente, alguien empujó a Avril y la hizo caer al suelo. Horrorizada, contempló cómo el brillante y dorado anillo caía de su bolsillo y rodaba entre los pies de todos los soldados aún vivos, como si tuviera vida propia, hasta la Urna. Miró a Paris. Paris la miró a ella. Y ésta abrió mucho los ojos.
- ¡Con que ése era tu plan! - Chilló la reina, y echó a correr hacia la Urna, intentando esquivar los charcos de sangre que había esparcidos por el suelo, y sorteando los cadáveres. Monolipo corrió detrás de ella, y Avril se deshizo del soldado que tenía sobre sí misma. Los tres, como un perro a por su hueso, se empujaban nerviosos, sin permitir que el otro cogiera el anillo. Al fin y al cabo, era mágico, y tenerlo por una vez entre tus manos era algo maravilloso.
Pero el plan no salió tan bien.
Justo unos pocos metros antes, el caniche de Paris salió ladrando por la puerta trasera de las mazmorras, repartiendo dentelladas al aire, como advirtiéndoles.
- Chiquitín, cógemele, bonito, bonito, dame el anillo, ¡vaamos!
Pero el perro hacía caso omiso de las palabras de su dueña y, con toda la tranquilidad del mundo, se tragó el anillo como si de un hueso se tratara.
Los tres estaban atónitos. No se lo creían.
- ¡¡Hay que destriparle!! - Gritó Avril, y se abalanzó contra el perro. Paris comenzó a chillar, histérica, y todos los presentes tuvieron que taparse las orejas.
- ¡¡Por favor, no!! El perro... el perro es Nicky. Es mi hermana.
Avril y Monolipo se miraron, atónitos. No se lo podían creer. Si Nicky fuese un perro, sería mucho más feo. De eso seguro.
- Estoy segura de que no se lo ha tragado. Tan sólo dejadme hablar con ella. Luego podréis sacrificarme si queréis, aunque soy muy bonita como para dejar que me maten, pero no quiero que le pase nada a mi hermana.
- Si te sacrificamos a ti, a ella también, entérate - le espetó Monolipo, perdiendo los estribos.
- No, tiene un conjuro. De mi hermana apenas le queda algo. Fui yo. Yo la hechicé.
- Nosotros no descansaremos hasta tener el control completo de este reino, hasta que dejes de reinar con tus absurdas órdenes. Así que te propongo una idea: o te vas de aquí con el perro, o echamos el anillo a la Urna. Tú eliges.
Paris refunfuñó - Nos marchamos. Vale. ¡Nicky, ven aquí!
Paris entregó a regañadientes el anillo a Monolipo, y salió de allí con el perro entre sus brazos. El perro, o su hermana, bueno. Avril y su amigo se cercioraron de que las dos se marchaban de Napanee, posiblemente para no volver.
Aquella noche, Avril y Monolipo descansaban sobre un sillón bien mullido en el salón, tranquilos.
- Los Rebeldes... - mumuró Avril, con orgullo.
- Avril...
- ¿Qué?
- ¿Y si vuelven a causarnos problemas?
- Recuerda el pergamino, Monolipo. Recuerda el pergamino.