MONUMENTO A AVRIL
(historia mitad divertida y mitad triste, por Toria)
Érase un club de fans de Avril Lavigne que decidieron construirle un monumento, hartos de que los antifans se metieran con ella. Como no tenían mucha confianza en sus habilidades artísticas, decidieron encargar el monumento a un profesional.
--¿Pero esto de los monumentos no se le hace a la gente muerta? --preguntó Pedro, uno de los fans.
--Nosotros no tenemos tiempo de esperar a eso --dijo con firmeza Evita, la presidenta del club de fans--. Y seguro que en todas las ciudades hay monumentos y estatuas a gente viva. El rey seguro que tiene una. y mira los museos de cera del mundo, casi todos son gente viva que va a mirarla. Bueno, como en esta ciudad vive un escultor famoso, que debe ser muy bueno porque sale en los diarios pero no sale en los programas del corazón de la tele, le encargaremos a él la estatua.
--¿Y el dinero? --pregunto Pedro, dispuesto a poner pegas.
--Lo recaudaremos entre todos. Este verano haremos trabajos para nuestras familias y gente así, y con las propinas y eso sacaremos el dinero del monumento. También podemos sisar de la compra cuando nos manda al super. Será por una buena causa --dijo virtuosamente.
--No sé si eso dará mucho dinero... --dijo Charly, dudoso--. Un chico del barrio tiene un primo que conoce a un amigo cuyo jefe del trabajo dice que tiene una hermana cuya amiga íntima gana miles de euros al día haciendo no sé qué. Puedo preguntarle, para sacar más dinero
--No le preguntarás nada, so burro. Esa chica hace guarradas, seguro. Nosotros trabajaremos honradamente para hacer un monumento bonito.
Así pues el club de fans se puso a trabajar ese verano ayudando en casa, pintando habitaciones, verjas de jardin, sisando honestamente de la compra, haciendo de canguro para otras familias. Y pasado el verano, volvieron a reunirse y contaron todo lo que habían ganado.
--Doscientos doce euros con veintisiete céntimos --dijo Evita--. Caray, no está nada mal.
--Pero, ¿será suficiente? --dijo Pedro.
--Vaya, es una cantidad estupenda --dijo Evita--. Con ese dinero me podría comprar unos tejanos nuevos, un montón de muñequeras, recargar el móvil y aún sobraría dinero.
--Tengo la vaga idea de que unas Converse son más caras que eso... --dijo Charly.
--Tú qué vas a saber. Aquí hay dinero para el monumento, y además, como iremos en grupo, nos harán descuento.
--Eso es para excursiones, parques de atracciones y sitios así.
--¿Queréis dejar de poner pegas a todo? Tenemos el dinero, ¿no?
Y se fueron a casa del estultor llevando el dinero en una caja de galleras, porque casi todo era en monedas y hacia algo de ruido. Llegaron a casa del escultor y llamaron. Les abrió un señor con bata de escultor y gafas que se los quedó mirando sorprendido.
--Buenos días tenga usted --empezó Evita, cortésmente--. ¿es usted el escultor Jorge Valle?
--Sí, soy yo...
--Nosotros somos el club de fans de Avril Lavigne...
--¡El mejor y más guay! --saltó Vicky.
--¡Rechace imitaciones! --dijo Charly.
--¿Os queréis callar vosotros dos, puñeta? --Evita volvio a sonreír educadamente al escultor--. Queremos que nos construya, por favor, un monumento a nuestra ídola Avril Lavigne, en mármol de mejor, como los que hizo Miguel Ángel en Roma hace siglos, y aún aguantan. Aquí tiene el dinero --y le tendio la caja--. Doscientos doce euros con veintisiete céntimos.
--¿Hay descuento por venir en grupo? --preguntó Pedro.
--Estoy hablando yo, a ver si calláis y damos impresión de unidad. --Sonrió al escultor, que sostenía la caja de galletas estupefacto--. También traemos revistas con fotos de Avril, por si acaso no supiera quién es... como es usted mayor..., si me permite que se lo diga. Aunque como es un artista, seguro que conoce a todos los artistas. --Y le dio un montón de revistas, que el escultor sostuvo bajo el brazo--. Cuando esté terminado el monumento, ¿puede instalarlo usted mismo en el Parque Oeste, cerca de las fuentes? Allí vamos muchos de nosotros. Supongo que tendrá una camioneta para llevarlo.
--Yo tengo una bici, si le puede ayudar --saltó Rubén.
--Calla, majadero. Bueno, eso es todo, señor Valle. Tómese el tiempo que haga falta, nosotros no vendremos a molestar y pasaremos por el parque, así lo veremos cuando esté instalado.
--¡Procure que se le vea el colmillo! --saltó Vicky.
Los chavales se fueron, tras despedirse educadamente del escultor, que se los quedó mirando perplejo.
--Vaya, que me maten si entiendo nada de todo esto --dijo, cerrando la puerta.
Entró en la casa con la caja del dinero y el montón de revistas. Los chicos le habían dejado tan sorprendido que ni pudo reaccionar, rechazando el encargo y devolviéndoles el dinero. ¿Cómo devolvérselo? De momento, lo guardaría todo en su caja fuerte, y ya vería.
Al subir la escalera hasta sus habitaciones, su hija le llamó desde la habitación.
--¿Papá? ¿Quién era?
El escultor entró en aquella habitación que casi siempre estaba en penumbra, y se acercó a la cama donde estaba tendida una chica joven, apenas un año o dos mayor que los que habían venido.
--Un grupo de chavales... Fíjate, quieren que construya un monumento a un ídolo suyo... una cantante, al parecer... Me creí que era una broma, pero me han dejado un dinero y todo...
--Oh, pensé que serían chicos que vendrían a verme... --dijo la muchacha de la cama, con desilusión.
El escultor sonrió con tristeza. Nadie vendría nunca a ver a su hija, nadie vino nunca. A nadie le gustaba ver a una chica que llevaba toda su vida en la cama, enferma.
--No, hija. Son chicos que no conozco, no son del barrio...
--¿Y te han dado un dinero?
--Sí, un montón de monedas... ¿oyes como suena la caja en que están? Y revistas con fotos de esa cantante...
--¿Es guapa?
--Ah, pues... -el escultor trató de ver las fotos en la penumbra de la habitación--. Sí, es rubia como tú. Más o menos de tu edad, creo.
--Déjame las revistas, para mirarlas cuando me sienta con fuerzas.
El escultor dejó las revistas en la mesita de noche. Miró a su hija con una sonrisa, una sonrisa que nunca faltaba en su cara, ni en la de ella, como si se dieran ánimos el uno al otro.
Al día siguiente, cuando subió para llevarle el desayuno a su hija, ella le sorprendió pidiéndole le trajera discos de aquella cantante de las revistas. Él se fue al centro y compró un par de CDs que encontró, los puso en una radio-CD, pero con el sonido bajito, para que no le doliera la cabeza a ella. Cuando acababa un CD, él mismo ponía otro.
--¿Te han gustado? --le preguntó.
--Son bonitas. Me gustaria oír mucha más música, papá...
--Pronto, hija. En cuanto te pongas bien, verás como hasta puedes ir a conciertos.
Como estaba cansada después de oír los CDs, la dejó que durmiera.
Unos días después, cuando entró con el desayuno, la chica le preguntó a su padre:
--¿Has empezado el monumento a esa cantante que te pidieron los chicos esos que vinieron?
--No, hija... Cómo voy a hacerlo... Tengo otros encargos, y, bueno, ellos no pueden pagar mis precios... Guardo el dinero para devolvérselo cuando sea posible.
--Pero seguro que les hace ilusión... Papá, hazles el monumento. Házselo como un favor que me hicieras a mí. Y si vienen algún día, diles que suban a verme, para charlar con ellos... ¿eran simpáticos?
--Sí, eran muy agradables. Yo...
--¿Lo harás, papá? ¿Lo harás por mí?
--Sí, hija, lo haré.
Pues el escultor era incapaz de negarle nada a su hija. ¿Cómo decirle "no" a lo que fuera que le pidiera?
Así que por la tarde, con las revistas a un lado, delante de un buen trozo de mármol empezó el momumento, aunque con pocas ganas, la verdad, quitando tiempo a otros trabajos.
Dos semanas más tarde, lo dejó porque hubo una gran desgracia en la casa, una gran desgracia que él ya sabía que pasaría un día u otro, y no tenía ya ganas de hacer nada: ni trabajar, ni comer, ni dormir... Se pasaba el rato en su taller, llorando a oscuras.
Una noche se quedó mirando el pedazo de mármol en que estaba trabajando antes de que pasara aquello tan terrible. Apenas habia hecho nada, y pensó en tirarlo o aprovecharlo algún dia para otro trabajo. Y entonces, le pareció que una voz decía en su cabeza: "Papá, hazles el monumento. Házselo como un favor que me hicieras a mí".
No podía decir que no a eso. Y tomó sus instrumentos de trabajo y volvió a trabajar en el mármol aquel. A veces se le olvidaba mirar las revistas, y debía corregir y rectificar cosas. A veces le entraba el desánimo y pensaba en romperlo todo, pero volvía a oír la voz en su cabeza: "¿Lo harás, papá? ¿Lo harás por mí?". Y pensó que la visita de aquellos chicos era lo más cerca que había estado de su hija alguien de su edad en toda su vida.
Cuando el monumento estuvo terminado, lo cargó en su camioneta y lo llevó al parque donde habían pedido que lo instalase. Alló lo dejó. Luego, volvió a su casa, y al cabo de unos días se marchó hacia otro pais, o quizá a otra ciudad, a empezar otra vida y olvidar.
Pedro fue el primero que lo vio al pasar un día por el parque, y corrió a avisar a los demás.
Así, una tarde se encontraron todos los del club de fans ante el monumento, mirándolo impresionados.
--Vaya --dijo Evita--. Es bonito de verdad.
--Se le ve el colmillo --dijo Vicky.
Lo miraban y remiraban, extasiados. Entonces, Rubén dijo:
--Es curioso... Si lo miras de frente, es Avril... pero si lo miras de perfil, parece... como distinta...
Todos lo examinaron desde todas partes.
--Sí, es posible... --dijo Evita--. Debe de ser eso que los artistas llaman "licencia artística", sin duda. Es normal que lo haya hecho, para eso es un escultor tan bueno. Pero es Avril, desde luego.
--Y se le ve el colmillo --repitió Vicky.
--Me tienes ya harta con el dichoso colmillo. Bueno, es cien por cien Avril, con un toque de "licencia artística". Vaya, a ver qué dicen ahora los antiavrilistas.
El inesperado monumento se hizo muy popular y querido. Venían al parque chicos y chicas de todas clases y edades a mirarlo y admirarlo. Les gustaba reunirse a su alrededor, para charlar, jugar, cantar y otras actividades.
Parece ser que una vez al año, alguien deja flores a sus pies.
FIN.
